El 19 de septiembre de 1985 me alistaba para ir a la Universidad, la ENEP Acatlán en Naucalpan, donde estudié la carrera de Periodismo y Comunicacion Colectiva.
A las 7.19 de la mañana mi madre comenzó a avisarnos que estaba temblando. Yo bajé de mi cuarto y me acerqué a ella y a mis hermanas que todavía no se iban a la escuela también. Las calmé y nunca me imaginé que el sismo había sido tan fuerte.
Esto quedó del Hotel Regis.
Bajé a la planta baja para ver si mis otros familiares estaban bien. Compartíamos una gran casa de la gran familia con la individualidad de cada quien.
A los 10 minutos comencé a oir las sirenas de ambulancias y patrullas que corrían por la calzada Vallejo, al Norte de la gran ciudad: «Temblor de 8.1 grados en la escala de Richter».
Ese hulular no se iba a dejar de escuchar durante todo el día y parte de la noche, hasta que alguien dio la orden que las sirenas se asilenciaran porque causaban mayor pánico entre la gente.
Cuando subí al coche prendí el radio y hasta entonces me di cuenta de la magnitud del temblor.
El Hotel Regis de avenida Juárez se había desplomado al igual que uno de los edificios de Tlatelolco y cientos de casas del Centro Histórico y de la Roma Sur.
Por la avenida Cuitláhuac no había luz y los semáforos no funcionaban. El caos apenas comenzaba. Los trolebuses no funcionaban y la gente comenzó a pedir «raid». Yo llevé a las personas que me pedían aventón diciéndoles que iba hacia Camarones. En la glorieta se bajaron unos, pero subieron otros.
La radio daba cuenta. Televicentro desplomado, cientos de casas de la Roma a punto de derrumbarse.
Jacobo Zabludowsky transmitiendo desde la calle a bordo de su Mercedes. Un Pepe Cárdenas poniéndose su chaleco que normalmente utilizan los fotógrafos gráficos para guardar los rollos de las cámaras y todo lo que necesitan, y preguntando a la gente herida: «¿Cómo se siente?» –claro, de esto me enteré mucho después cuando vi el resumen de la noche–. Noche que por cierto fue a veces de tinieblas porque la luz sufría cortes esporádicos.
Me dediqué entonces a sintonizar Radio ABC Internacional, estación en la que mi hermano y yo teníamos un espacio desde 1980 dedicado a los autos: Motor M. A. 7-60 se llamaba el programa.
En la ENEP Acatlán, montada en pleno cerro, sobre roca, había poca gente e incluso los que llegaron temprano no sintieron el sismo en las instalaciones de la escuela.
Pero ese día no hubo actividades.
Entonces me salí de la escuela y me dirigía a mi trabajo de jefe de redacción en el periódico México Automotriz, en Valle Ceylán, Estado de México, cuando por la radio escuché al gran maestro del micrófono Jorge Manuel Hernández haciendo un llamado para que todos los reporteros y colaboradores de Radio ABC se reportaran a la estación para prestar servicio social en un día que era crítico ya para esas horas, las 10 de la mañana.
Estaba al aire el programa de Tere Vale de noticias pero Jorge Manuel Hernández, que tenía su programa nocturno de las cero horas a las seis de la mañana, coordinaba la ayuda, daba mensajes porque muchas casas se quedaron sin teléfono y sin luz. Se trabajaba en ese momento en bien de la comunidad y la radio cumplía, por lo menos la ABC, con un servicio verdaderamente social, como es su obligación (parece que hoy lo han olvidado).
Llegué a México Automotriz y le dije a mi hermano Rogelio que teníamos que hacer algo para ayudar. Todo el personal del periódico se abocó a ello.
Luego de una pequeña junta en la oficina de Rogelio, se decidió hacer acopio de alimentos, agua, cobertores y medicinas por la zona de Ceylán.
La camioneta de reparto de periódico se usó para subir alimentos que donaron los buenos vecinos de Valle Ceylán.
El panadero español de La Covadonga regaló 100 bolillos para las tortas que llevaríamos a los voluntarios apostados en Tlatelolco y el Centro Histórico y que a las 12 horas no habían probado bocado.
Se llevaron en la camioneta de México Automotriz ,a la que nos obligaron a ponerle una cartulina blanca con una cruz roja, 100 tortas, botellas de agua, bolsas de frijol, arroz, leche enlatada y todo lo que se pudo juntar, además de algunas docenas de cobertores.
Hice mi reporte en vivo para Radio ABC y en ese momento recibí «órdenes» de Jorge Manuel de trasladarme al Deportivo 18 de Marzo para saber qué se necesitaba.
Desde allí transmití por el teléfono público que estaba a las afueras del deportivo. Allí hacía falta de todo porque se encontraban más de 200 personas que no habían desayunado porque el sismo los agarró en ayunas.
Luego me trasladé a la Basílica de Guadalupe, la antigua. La gente estaba sobre el suelo con frío, pidiendo agua o comida. Había gente trastornada por el sismo, gente que no creía lo que había sucedido.
Pero donde me dí cuenta de la real magnitud del sismo fue cuando me pidieron me trasladara a Tlatelolco. Cuando vi el edificio Chihuahua hecho como un sandwich y el olor de la muerte, supe que México había sido tocado en sus entrañas por el fenómeno telúrico.
Me inyectaron una vacuna contra el tétanos y me pusieron un cubreboca para ingresar. Mi tarea fue reporteril pero también me aboqué a repartir tortas entre los soldados y policías que no habían desayunado ni comido aún.
La muerte pasó a mi lado. Y el llanto, y la desesperación de los cientos de habitantes que se habían quedado en cinco minutos sin casa. Era un real ambiente de guerra, de una ciudad bombardeada. Gente moviéndose por todos lados, perros buscando sobrevivientes, oficiales dando órdenes, policías dando contraórdenes, un poco el caos.
Mi reporte a Radio ABC ya fue con la garganta cerrada. Era una dósis de sufrimiento que había recibido y no estaba en condiciones de narrar los acontecimientos.
Jorge Manuel entendió y me dijo que me reportara más tarde.
La tarde se hizo noche. El manto de la muerte hecha noche cayó sobre la Gran Tenochtitlan. Quetzalcóatl, el gran Dios, había desatado su furia contra sus reinados.
El espacio de Motor M. A. 7-60 desde luego fue cedido para que la ABC cumpliera con la labor que toda radio y medio debe cumplir: la de servir a la sociedad.
Días después fui a ver lo que quedó del Hotel Regis, cuyo lobby recuerda a La Taberna del Greco por donde desfilaron decenas de figuras del ambiente artístico mexicano y donde un par de veces anduve por ahí.
La sociedad rebasó a la instancia gubernamental. Pero eso no importó en ese momento.
Luego nos enteramos que el gobierno corrupto de siempre intentó maquillar las cifras de muertos, desaparecidos, desvanecidos.
¿Para qué? Para qué ocultar lo que todo el mundo supo. La ciudad cayó como el Águila de nuestra cultura mexica.
Y luego el mala gente del regente poniendo en las patrullas «México está de pie». Caray, hasta dónde llega la demagogia de aquel priísmo autoritario y bruto (creo que sigue siendo igual).
Me fui a la cama pero no dormí. Ya se había dado la réplica por la noche y todos estábamos con el alma en un hilo. ¿Los dioses descargarían toda su furia para hacer renacer el fuego nuevo?
Vaya mi pensamiento hoy hacia ese acontecimiento que fue tragedia nacional.
Por los miles de muertos de esa mañana indeseable del 19 de septiembre. Por nuestros caídos y por nosotros que también nos sentimos caídos. ¿Acaso ya nos levantamos?
César Roy Ocotla
19 de septiembre de 2007.