Que el gobierno norteamericano a través del Departamento del Tesoro se quede con el 50% del capital de la automovilística General Motors Corporation, antes se llamaba a eso una nacionalización. Claro, es una palabra que espanta a los neoliberales.
Pero lo que ahora sorprende es que Barack Obama haga uso del poder del Estado para tratar de salvar a su más importante empresa emblemática del capitalismo occidental e ícono del sector de automoción en la Unión Americana.
La gran audacia del gobierno de Obama radica en que, en caso de que la General Motors se declare en quiebra y se acoja a dicha ley que en su capítulo 11 impide la depredación voraz de sus acreedores, los accionistas perderán toda su inversión en la firma automotriz. Ni más ni menos.
Si este espectacular paso se da, estamos hablando de la conformación de una empresa nacional del Estado norteamericano como lo fue en los años 70 la Regie National des Ussines Renault en Francia. Una empresa nacionalizada pues, pero con la oportunidad de hacer llamar al juego a otros ponentes menos maleados, según lo ha manifestado el presidente Obama al referirse a los especuladores de cuello blanco que rondan Nueva York.
Y si Obama está hablando de nacionalizaciones por el bien de la nación y sus ciudadanos, no se explica por qué en México aún se espantan y se santiguan aquellos que se quedaron en la pre-modernidad del estado capitalista fallido.
El gobierno norteamericano también poseé el 5% de Chrysler, de la cual en unas semanas sabremos si FIAT da muestras serias de realmente quererla o preferir la gran tajada estratégica que le representa mejor poseer a GM Europa con Opel incluida.
El gobierno canadiense tiene ya el 5% de Chrysler porque resulta que hay naves industriales de esa firma en ese país. Y Canadá cuida los intereses de su clase trabajadora.
En México, el gobierno de Calderón a través de su incipiente y realmente mediocre secretario de Economía otra vez se volvió a dormir. En vez de salir al quite en las operaciones de Chrysler de México en Toluca y Ramos Arizpe, dejó el «laisse-faire», dejar hacer, dejar pasar, de la economía vieja aunque neoliberalista, y perdió la gran oportunidad de saltar a las grandes ligas en la producción automotriz con intervención estatal.
Y no es vivir de los recuerdos fallidos por corruptibles de cuando existieron en México empresas como V.A.M. (Vehículos Automotores Mexicanos) o Fábricas Automex, padre y madre de la Chrysler de hoy. Simplemente el sistema capitalista no funcionó y hay que tomar de la historia aquellos capítulos de éxito como en su momento lo fue el crecimiento y desarrollo de la industria automotriz.
Si el lector me pregunta, le podré decir que sí, que lo más conveniente es que GM se vaya al capítulo 11, se reestructure y comience de nuevo siendo una empresa eficiente, con ejecutivos ciento por ciento transparentes y con buenos productos para el consumidor, dándole lo que necesita y no lo que una burbuja de soñadores locuaces quiere. Los brutales diseños como el elefante Hummer, son el mejor ejemplo de esa apoplejía automotriz que se dio en General Motors.