La influenza en México (1) Crónica de un síntoma

Maribel estornuda en la plaza comercial este domingo. Los pocos visitantes de la plancha de concreto y establecimientos del consumismo voraz y alabastrino la miran con miedo. Rápidamente se alejan de ella, como si de esa forma evitaran al virus de la influenza porcina que se extiende en la Ciudad de México y los 18 municipios conurbados del Estado de México. No tiene influenza, pero la gente lo pone en duda. La gente, incrédula aquí por una cultura de la mentira oficial, no cree nada. Sólo que se tiene que cuidar.

Ella asistió ayer a la que sería una feria de coches en Huixquilucan. Poca gente allí. Se había anunciado la cancelación de los eventos públicos masivos. En las últimas 24 horas se han suspendido 560 eventos de este tipo en la Ciudad de México y el Estado de México, donde se han detectado 70 muertes por influenza y 1,004 casos en estudio en hospitales.

Los restaurantes de la plaza deslucen vacios. Uno que otro parroquiano bebe café y lee el periódico. La noticia del día con los meseros que usan cubre-bocas es la epidemia. «Que no va a haber clases de pre-primarias, primarias, secundarias, preparatorias y universidades hasta el seis de mayo» le dice al triste mesero que se queja de que no hay clientela y él vive de las propinas.

«Me llevo unos 200 pesitos diarios de propinas. Hoy sólo tengo 25 pesos. La gente no viene a tomar el café por el miedo a contagiarse», dice Javier, que apaga la cafetera y limpia la mesa que un señor ocupó mientras leyó el periódico del día.

El cine del lugar está abierto pero no tiene clientela. Los gobiernos capitalino y estatal dijeron en la radio que la gente no debe acudir a los cines. Uno que otro se aventuran a entrar. «Vine porque no hay gente, así que ¿cuál contagio? Estamos sólo cinco personas en toda la sala». Trae su cubre-bocas azul. «Están escasos en las farmacias estos», dice quitándoselo brevemente.

El gobierno del Distrito Federal, una de las ciudades más grandes del mundo con 13 millones de habitantes, 20 millones con la zona conurbada del Estado de México y sus ciudades satélites de la gran urbe azteca, ha dicho que prevé que se cancele el transporte público por la contingencia sanitaria de la epidemia de la influenza.

Dice la radio ahora que los cines van a cerrar. Los restaurantes también. Las pérdidas son millonarias para propietarios y para organizadores de eventos. El juego de futbol se realizó sin público, sólo para cubrir los negocios con la televisión comercial.

La tele privada, duo-polizada por dos estaciones de los magnates de la comunicación, se ha convertido en el canal oficial del gobierno para dar sus anuncios a través de los lectores de noticias. Parece mentira, pero no se les creé del todo. Esa una cultura ya vieja de la tradición en México: Te dicen una cosa y entonces la realidad es que esa cosa hay que hacerla más grande porque las malas noticias las minimizan, las buenas las corrompen con la miel de una política banal.

Los eventos se suspenden. La mezquindad sale a relucir. «¿Cómo vamos a perder dinero? Hay que rescatar lo rescatable». Pero la autoridad ha sido implacable: No se pueden realizar eventos masivos en toda la Ciudad de México ni en el Estado de México.

La calle está vacía. Los congestionamientos de tránsito característicos de los viernes por la noche en la Ciudad de México se acabaron. La avenida que cruza la ciudad por el Norte de Poniente a Oriente, la más transitada a las 10 de la noche, desértica. La gente no quiso salir. Hay un temor manifiesto que se duplica porque no se sabe la verdad. Le dicen a la gente que han muerto 20 personas el jueves. Pero las personas que trabajan en hospitales le dicen a sus familiares que son más, muchos más. Hay incredulidad y eso alienta la paranoia.

Hoy domingo los niños juegan en el condominio ubicado en Naucalpan, Estado de México, donde las autoridades municipales mandaron a descansar a su personal desde el viernes pasado al mediodía. Se ha organizado un cumpleaños. Algunos niños traen puesto el cubre-bocas. Luego lo olvidan, lo tiran. Los padres alarmados les piden que se lo vuelvan a poner. Los peques no quieren, están sudando porque el sol pega y fuerte en esta primavera acosante de una ciudad, un país que recuerda el 19 de septiembre de 1985 cuando el peor terremoto cayó sobre varias ciudades de la nación. Ahora es otro tipo de terremoto, el de una epidemia que apenas comienza y que nadie sabe hasta dónde va a llegar.

Las noticias fluyen en las páginas de Internet con reporteros cumpliendo su labor de escribir, indagar, escribir. Así todo el día, hasta que son sustituidos por otros compañeros en otros turnos. El problema poco a poco se va haciendo mundial.

Casos en Estados Unidos, Francia. Madrid ya reporta el síntoma en varias personas. Esto no es terremoto, no es tsunami. Es algo más fuerte. Muy fuerte. Sin idea de hasta dónde llegará.

Me habla alarmada la amiga. Me pregunta cómo estoy. «Leyendo y escuchando música. Escribiendo», le contestó.

Está alarmada. Está muy asustada. Le propongo un café en la semana. Me dice que no. Que no quiere viajar en el microbus, el transporte de la gente de a pie en México. Tiene miedo. La aliento. Le digo que la naturaleza cobra lo que es de sí. Que hay que tener calma. Hay que formar brigadas civiles en las colonias y apoyar a quienes caigan en la epidemia.

Le digo que el gobierno debería destinar un fondo para apoyar a las familias de escasos recursos que no tienen para el entierro de aquellas personas que han fallecido ya víctimas de la epidemia de influenza. Morirse cuesta caro.

Pretendo, le digo, formar una brigada cívica con mi condominio, con mis vecinos. A ver si en  la cerrada conciencia colectiva encuentro eco en aquellos que pensamos que es hora de unirse, de organizarse, de apoyarse como aquellos primates lo hacían en sus comunas hace miles de años.

Creo que es la hora de la colectividad. De darse la mano. Pero también de saber que es la hora del veredicto de la madre naturaleza. Siempre sabia, siempre justa que pone las cosas en su lugar.

Ruth espera su «pesera» (asi se le llama al transporte colectivo en México) en la esquina. Se ha puesto sus mejores atuendos. Va a ver a su novio. Van a comer en su casa. No hay cine hoy. No hay restaurante. Lleva el postre para poner en común sus inquietudes, su miedo, su entrega. Una entrega total para olvidar por unas horas esta pesadilla que ha caído sobre la Ciudad de México.

Este lunes 10 millones de niños y jóvenes no van a ir a la escuela. Y 3 millones de padres sufrirán porque no podrán llevar a sus niños a la guardería para ir a trabajar. La crisis de una devaluación del 40% en la moneda ahora es otra lápida en sus espaldas por esta otra crisis de la incertidumbre por la vida. «No hay dinero, ¿cómo voy a tener a mi hijo todo el día en la casa? ¿Y mi trabajo?», dice la vecina Gertrudis.

Acota Ramiro: «Dé gracias a dios que está viva. Yo soy encargado de un pequeño restaurante en la delegación Miguel Hidalgo. No ha habido chamba estos últimos tres días y estamos a punto de cerrar toda la semana si sigue esto así. No tendré entradas económicas».

¿Lo estaremos platicando mañana? ¿Usted lo sabe, querido lector?

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