La bestia potenciada 1

Se levanta tarde y quiere que todo mundo le abra paso en el caos vial de todas las mañanas, entre semana, en una Ciudad de México que aún con el Popocatépetl y el Ixtaccíhuatl en todo su esplendor, no son motivo suficiente para manejar con cortesía para él.

 

Va a llevar a los chicos a la escuela. Inútil insistirle en que se ponga el cinturón de seguridad. Su viejo Chevy no da para más. Si ve a alguna patrulla, hace como que se va a poner el cinturón, que más bien se ha convertido en un papalote. Ahí va el pobre cinturón volando por el aire en vez de sujetar al individuo en cuestión.

 

Larga la fila para salir a la lateral del Viaducto. No importa, nuestra bestia potenciada –citando a aquel tango argentino cantado por la Chicana, una mexicana radicada en Buenos Aires y que más bien se refiere a esa bestia como al mismo automotor y no al que lo conduce, pero en fin–, hace doble filal y se mete a la fuerza haciendo gala de su gandallismo, término ya aceptado por la academia.

 

Le mientan la madre y le vale lo mismo. Él tiene que llegar al cinco para las ocho al colegio. Y ahí está, regañando a sus chicos que ni caso le hacen porque ya saben que siempre va de mal humor siendo un verdadero peligro para los demás automovilistas. Pero los muchachos tampoco llevan el cinturón puesto. “Si papá no lo lleva, nosotros ¿Por qué sí?

 

Delante de él va un automovilista mostrando las luces intermitentes en señal de que va a detener. Justo en el piso hay una leyenda que dice “Zona escolar”. Y este cafre arremete con el claxon porque el cauto conductor está bajando la velocidad para estacionarse. La bestia se enfada. Le mienta la madre con el claxon porque “la tortuga” de adelante se va a parar. “¿Cómo se le ocurre pararse justo cuando yo llevo prisa?”, se dice.

 

La bestia potenciada no conserva su carrill. Más bien busca los huecos que otros dejan. “Son unos babosos. No saben manejar. Yo soy más listo que ellos, me les meto porque dejan demasiados huecos entre un auto y otro”. No sabe que un día de estos se va a dar un buen golpe contra el auto de adelante por ese motivo. Gasta frenos desesperadamente. Sin saberlo, emite partículas cancerígenas de las balatas de su automóvil hechas con asbesto.

 

Un día alguien le preguntó: –¿Pues hasta qué año estudió usted? “Toda la prepa completa”, respondió. Mintió, como es su costumbre. Sólo llegó a primero de secundaria y abandonó los estudios para meterse de vendedor de productos de ferretería.

 

La doble fila en la escuela de sus muchachos está totalmente ocupada con coches que ponen las intermitentes pero están fastidiando el tránsito local. La bestia abre una tercera fila. “Soy más abusado que ellos”, piensa y sonríe mientras los autos de atrás comienzan a tocarle el claxon. No le importa tener detenidos a 20 coches detrás de él. Todavía se da el lujo de buscar su cartera para dar el dinero a los chicos para su almuerzo. Dos minutos y el motor en marcha. Tampoco le importa emitir CO2 de más a la atmósfera y no sabe lo que es el calentamiento global. Piensa que tiene que ver con globos aerostáticos.

 

Finalmente cede desbloquear el tránsito pero sólo porque ya terminó de entregar a sus hijos y ahora enfila a su domicilio para cambiarse e irse al trabajo.

 

Seguirá insultando, metiéndose de carril en carril demostrando a los demás que él es más abusado que ellos. Aunque está prohibido por el reglamento de tránsito, va hablando por su teléfono celular mientras conduce y tira la colilla de cigarro que se termina y arroja por la ventana del auto, seguida de un fuerte escupitón.

 

Para burlar a la autoridad, ese motociclista de Naucalpan al que la otra vez descubrió recibiendo dinero por parte de otro automovilista, baja el celular mientras lo rebasa. Luego sigue hablando. El motociclista lo ha detectado pero no lo va a parar. En cambio, va sobre un camionero del vehículo de volteo que va sobre su carril pero donde “la mordida” es segura. “Aquí saco para el café”, se dice el oficial.

 

La bestia potenciada llega a su casa pero no ocupa el cajón de estacionamiento que le corresponde en el condominio donde habita. Deja el vehículo precisamente sobre las franjas amarillas que señalan que está prohibido estacionarse, pero que le queda más cerca de su puerta. Lleva prisa, se levantó tarde.

 

 

 

 

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