He dejado el volante

Domingo. La tarde es tan amable como pocos días veraniegos, nublados, casi fríos. Me gusta pasear en la tarde. Ver el sol, sentir todavía su calor pero más su esplendor naranja, tomando café, claro. Pero hoy es domingo de ir al cine. Lo pienso. Busco la cartelera electrónica. Para variar el buen cine está hacia el Sur. Al Norte están olvidados de nosotros, los que buscamos algo de cultura. La mediocridad naucalpense se luce.

¿Qué me impide trepar al coche y salir hacia esa zona? Precisamente eso. Tomar el volante. Ya no me satisface manejar, conducir un vehículo en esta ciudad que más que caótica se ha vuelto loca. Se ha enloquecido a sí misma.

Lo pienso. No tomo la decisón de tomar las llaves del cajón derecho de mi escritorio y salir hacia Polanco en auto. Desde hace días he preferido llamar al sitio cercano y pedirle a Alejandro, a don Jesús, «el diablo», o al Chuchín, el chavo que arregla cada dos semanas su Jetta por el golpe de la quincena, que me lleven a donde voy.

¿Cómo se dio mi aborrecimiento a salir a las calles y avenidas de la ciudad que tiene bellezas arquitectónicas inigualables, manejando un vehículo? Ya tiene tiempo. Fue un proceso que quizá vaya para cinco años en que fue engendrando al anti volante en mí.

Lejos quedaron los días en que mi pasión por manejar coches por las vialidades se acabó. Sólo lo disfruto a las 8 de la mañana los domingos, cuando voy al programa de radio en que sólo me topo con los desvelados que se andan «estrellando» en el Periférico a esa hora.

No fue mi líbido lo que murió, fue el aburrimiento que triunfó sobre mis ganas de as del volante; mi desesperación por un tráfico mal llevado, mi indignación por la forma como se lleva la vialidad en esta ciudad de la esperanza donde la violencia crece. Se convierte en una olla exprés que un día de estos estalla con muertos reclamadores, como en Madrid.

Son varias ocasiones en que he preferido tomar el taxi del sitio más cercano. Platico con el chofer, conozco sus problemas y dificultad lingüística para darse a entender, sus carencias, su expresión por la crisis de todos los tiempos, impotente él, limitado, resignado. Despolitizado.

Hoy, día de buen cine (espero la gente guarde silencio para ver la película y no tomar la sala como el lugar favorito para hablar con el acompañante o para comer sin piedad) voy a estar ahí. Pero voy a volver a llamar al sitio.

Escucharé la historia de Panchito, que tuvo que cambiar de sitio porque no le respetaban su lugar, abusaban de su edad. Más de 40 años como ruletero y primero como chofer de un trailer.

No voy a buscar un lugar en la calle para el coche, con la preocupación de ya no encontrarlo o tenerle que dar 20 pesos al cuidador por ello. No voy a pagar las injustas y por tanto desmedidas tarifas del estacionamiento público. No quiero hacer corajes. Voy a calmar mis nervios. No manejo. No me irrito. Hoy no mentaré madres, no me la mentarán.

Volante, ¿Cuándo me separé de ti? ¿Cuándo nos volveremos a tocar? ¿Cuándo perdimos la esperanza de ser felices en Río San Joaquín?

Ojalá algún día nos volvamos a reconciliar o, por lo menos, intentarlo.

 

 

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