Historias de carretera

Por Gisela Zapata

¿Quién no tiene alguna buena historia de carretera? No de esas horribles que se cuentan ahora, sino de las que  se disfrutan platicar o escuchar al lado de un buen café. La viejita de la carretera, el camión fantasma, el samaritano que desinteresadamente nos ayuda cuando se descompone el coche en medio de la nada…

«La carretera es la extensión de nuestra mente, la pista de nuestras reflexiones» (Foto archivo).

Recientemente tuve oportunidad de entrar a la tienda de conveniencia  de la caseta de cobro de  Ecuandureo,  Michoacán, sobre la autopista México-Guadalajara.

Ahí se encuentra un anciano, que por mucho no se parece en nada a los lugareños. Su aspecto fuerte como roble y alto como tal; su voz firme y clara; su cara vivaz y tan despierta que es difícil  creer que el hombre tiene 90 años.

Juchaji Tosal, o Halcón blanco traducido del yaqui al español,  es oriundo de Nogales, Sonora. A la entrada de la tienda ofrece con entusiasmo un dulce tradicional y delicioso de la zona, aunque eso no es lo novedoso ni relevante, lo que de verdad atrapa de este enorme sonorense de un metro ochenta más o menos, es su historia de vida, una historia que al parecer se ha convertido en una pequeña atracción del lugar.

Halcón Blanco vivió su juventud en Nogales, por darle gusto a su padre estudió para Ingeniero Agrónomo, y por vocación vino a la Ciudad de México a estudiar Mercadotecnia.

De regreso a Sonora decidió casarse, pero el padre de su novia, fiel a sus tradiciones yaquis, le puso una inusitada condición. La novia de Halcón Blanco tenía una hermana gemela, así que el razonamiento del futuro suegro era de que si ambas hijas habían nacido juntas; habían crecido juntas, se habían criado juntas ; debían entonces casarse juntas…y con el mismo hombre y tal vez su destino las haría morir juntas también.

Juchaji Tosal acató la condición y se casó con ambas jóvenes,  con cada una de ellas tuvo 10 hijos, varones todos, “buscaban a la niña”

Esta familia, era muy unida, Halcón Blanco se ganó fácilmente el cariño de los abuelos maternos y se dedicó a su negocio, que era fumigación aérea. Sus esposas eran mujeres intrépidas y audaces, ellas mismas se encargaban de hacer recorridos para fumigar.

Al término de cada jornada acostumbraban dar una serie de piruetas,  volando directo hacia el cielo para después dejarse caer en una peligrosa maniobra, con el fin de dar gracias al Ser Supremo  por haber llegado al final del día.

El destino, la suerte, tal vez el mismo deseo profético de su padre de que sus hijas murieran  juntas hizo que en una de esas piruetas ambas mujeres perdieran la vida.

Halcón Blanco quedó viudo con 20 críos, que sus suegros le ayudaron a educar y cuidar mientras él continuó con sus labores aéreas.

Años después se fue a vivir a Ecuandureo, donde conoció a su segunda (o tercer esposa)  con ella tuvo diez varones más: “ la niña nunca llegó” dice con sonrisa traviesa y ahí continuó viviendo con sencillez, disfrutando la tranquilidad del campo y los viajes que le sobran, ya que sus 30 hijos lo han llevado a conocer el mundo.

Se siente orgulloso de tener 30 hijos honrados y trabajadores, que además entre todos ellos se llevan muy bien y se apoyan como verdaderos hermanos.

Su entusiasta lucidez y su alegría por la vida le dejan a flor de piel  mil historias más que se muere por contar, sus manos fuertes y curtidas están listas para remontar un vuelo más, pero se conforman con salir de la tienda y alzar su mano extendida para despedirse de nosotros seguro de que en unos minutos se ganó nuestra simpatía.

Qué buen sabor de boca haber conocido a Juchaji Tosal, Halcón Blanco, un ser humano tan grande como  su vida.

Siempre recuerde al manejar que alguien nos espera en casa

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