El caso de la huelga de Spicer en 1975 y el valor de lo simple

Por Arnoldo Vargas (*)

Abriendo un libro de Edward De Bono me llamó la atención que en la Introducción, él hacía un homenaje al Pensamiento Simple. En ese momento vino a mi memoria una emotiva experiencia que tuve en uno de mis trabajos, y que quiero compartir contigo. Era el primer día que la Planta de Ejes Tractivos (Spicer) abría sus puertas después de una larga huelga de seis semanas. El efecto de este hecho provocó el paro de toda la Industria Automotriz en el país. Fue una de las huelgas más impactantes en forma económica y política de esa época, ya que el Decreto de Integración Nacional no daba la suficiente flexibilidad para que las Plantas Armadoras pudieran, en ese entonces, maniobrar de inmediato con una proveeduría alterna de emergencia.

Ford Chihuahua planta motores

La crisis en la industria automotriz y el tratamiento de los problemas (Foto ilustrativa).

Toda la Industria había sido desbastada, los patios de nuestros clientes no fueron suficientes para almacenar una cantidad increíble de autos incompletos (sin el eje trasero) que salían de sus líneas de ensamble. El daño estaba hecho y no teníamos otra opción que recuperar de alguna forma el tiempo perdido para aminorar un poco el impacto económico y, sobre todo, el tremendo disgusto de nuestros clientes.

Como Gerente de la Planta de Ensamble de Ejes, mi responsabilidad incluía, además de las líneas de producción donde operaban 400 gentes, la logística del abastecimiento de las plantas del Grupo y proveedores externos, el contacto con los clientes para coordinar que las entregas de nuestros productos se efectuasen de acuerdo a los programas de armado de sus  vehículos. En pocas palabras, después de lo sucedido y de allí en adelante, nuestro departamento llegó a ser el más  solicitado en toda nuestra organización.

El arranque de mi Planta de aquel día siempre lo recordaré. No fue un día común y corriente. Resaltaba el desconcierto en la gente, había que organizar las acciones y empezar a dar resultados de inmediato.  En eso estaba,  concentrándome en mi tarea, cuando de pronto sentí que una mano amiga en mi hombro me invitaba a mi oficina para hablar de un asunto muy importante: el programa de entregas de  ejes a nuestros clientes.

Ya en la oficina fue la voz del viejo Don Sebastián Aguinaga la que cobró valor, exclamando: “Acabo de hablar con todos nuestros clientes y les he dicho que no se paren en esta oficina, que entendemos profundamente el problema, pero que es necesario que nos dejen concentrarnos en nuestro trabajo, para poderles dar el mejor de los servicios. A cambio de esto les he dicho que tú y yo, el día de mañana los visitaremos para entregarles  un plan de entregas para su pronta recuperación. La primera junta la vamos a tener con la plana mayor de GMC a las 7.00 am en su Planta y de allí nos pasaremos con los demás”.

Después de intercambiar algunas ideas y darme algunos consejos Don Sebastián se despidió, no sin antes indicándome que estaría aquella tarde para revisar los trabajos.

Fue ese día el más corto de mi carrera, la adrenalina que empezó a fluir por mis venas pronto se estabilizó al recibir  la  fuerte ayuda de mi gente, que hizo posible que aquel Plan pronto estuviera terminado. Con mucho esmero mi secretaria, Maricela, había encuadernado las quince hojas que lo conformaban. Todo estaba listo para la no muy deseada pero importante reunión, solo faltaba la revisión de Don Sebastián; que en ese momento apareció en la puerta de mi oficina.

El «viejo zorro» después de pedirle un café a Maricela, tomo el libro del Plan  y con una paciencia extraordinaria lo empezó  a analizar hoja por hoja, murmurando para sí y haciendo expresiones tales como estas: “Correcto,.. Muy bien… extraordinario… Qué completa está la información, todo está aquí…”. Terminando cerró la carpeta y subiendo un poco el tono de la  voz, dijo: “¡Perfecto!”.  Sentí de inmediato que el ambiente de la sala se relajaba, la sonrisa de mis colaboradores me lo indicaban. Sin embargo duró muy poco esta pausa, porque después de una breve reflexión, el Viejo volvió a tomar la palabra y con una voz amable nos dijo: “Es un plan excelente. No tengo nada que agregarle, pero para mañana… y para la gente que vamos a ver, esta información no me sirve”.

Necesitaría más hojas que las quince de mi plan de entregas, para describirles mi asombro y la cara de mis colaboradores en ese momento. No podíamos creer que después de lo escuchado, la información no fuese de utilidad. Nos quedamos todos callados y llenos de confusión, hasta que las palabras de aquel estimado jefe nos fueron relajando una vez más. Y continuó diciendo: “Escúchenme queridos jóvenes, en esta información hay todo lo que queremos saber. Pero en la audiencia de mañana van a estar muchos viejos lobos de mar, que no van a tener la paciencia de leer lo que aquí hemos puesto. Necesitamos algo más simple…”. Y sacando del bolsillo de su camisa una tarjeta en blanco del tamaño de una postal, nos dijo: “Quiero las dos cosas más importantes de su trabajo en esta tarjeta”, y dirigiéndose a mi agregó: “Puedes usar los dos lados de ella para que tengas más espacio, y nos vemos aquí temprano para llegar a tiempo a la junta”.

Todo un día de trabajo había quedado resumido en quince hojas y ahora el Director Comercial del Grupo Spicer me pedía que lo sintetizara en una tarjeta postal. Quiero decirte que fue en éste momento la primera vez que sentí el horror por lo simple. Un Plan de esa importancia no podía ser tan simple como para ponerlo en una tarjeta del tamaño de una postal.

Le pedí a mi gente que se fuera a su casa y como tenía poco tiempo me concentré en el trabajo que necesitaba. Repasé una y otra vez cada una de las hojas  del plan y poniéndome varias veces en los zapatos de nuestros clientes, escogí dos cosas importantes para ellos. Con la idea en la mente, el nuevo reto fue poner todo en aquella  diminuta tarjeta. No tuve más que una opción (ya que en aquel tiempo no teníamos las tecnologías de hoy en día); aplicar mis conocimientos y habilidades en el dibujo y, a mano, completé mi trabajo.

Muchos pensamientos pasaron por mí al releer el libro de Edward de Bono. Mi  mente está más abierta y más receptiva que  hace 40 años, como para entender los sistemas de pensamiento en el conocimiento humano. Ahora comprendo más las enseñanzas de Don Sebastián Aguinaga y tantas oportunidades de convivir con gente de experiencia en el trabajo, sus consejos y pensamientos intervinieron para aumentar el conocimiento. La edad me ha puesto en otro ángulo de mi visión y  mi mente tiene una base diferente de percepción hacia las cosas. ¡Hoy me he vuelto a interesar en lo que es simple!

Dice De Bono que él ha descubierto a través de los años (aunque no sabe por qué) que para las mentes mediocres existe el horror a lo simple. Es posible que él tenga razón, no quiero justificarme al pensar en mi falta de experiencia o mi edad de ese entonces. Posiblemente si continuo con mi historia y te cuento lo que pasó después en aquella importante junta, con aquella diminuta tarjeta, me pueda yo quedar absuelto de una severa calificación.

De Bono afirma que las mentes mediocres tienden más hacia formas o comportamientos conservadores que a aceptar la actividad renovadora. Prefieren reaccionar ante lo que se les expone. Son descriptivos y necesitan algo para poderlo describir. Cuanto más rica sea la escena que se les presente, mas rica será su reacción y mayor la sensación de éxito. Verse frente a algo que parezca demasiado simple le produce la mayor inseguridad, y máxime, si la audiencia a tratar en una organización es de un nivel pesado, donde el temor pudiese llegar a tal grado que la simplicidad del concepto, pudiese ocasionar una reacción opuesta, donde se presentara como la causa de una aguda disconformidad.

Creo que el lector de estas líneas podrá estar ahora más comprensivo conmigo, cuando se habla del horror a lo simple.

Continuando con las ideas de E. de Bono, incluyo lo siguiente: Existen personas que actúan y existen personas que describen. Las que actúan gozan de la simplicidad, porque significa efectividad. Una descripción compleja puede ser buena como descripción, pero falla en la acción. Los seres descriptivos se horrorizan ante la simplicidad, y solo pueden ejercitar su ego siendo negativos y pseudo-inteligentes, porque ser positivo frente a la simplicidad requiere mucho más talento. Los que actúan están demasiado ocupados realizando cosas y no les gusta perder tiempo en las descripciones complejas.

Hay tres cosas que pueden ponerse de manifiesto respecto de lo simple: La primera es que las cosas simples pueden ser muy efectivas en la acción (aunque muy difíciles a veces de enseñar, precisamente a causa de su simplicidad). La segunda, que cualquier cosa que merezca decirse, puede expresarse de forma simple, como resumir un libro en una tarjeta postal. La tercera, es que cuando se dice un pensamiento que resulta obvio, una vez que se ha dicho, puede no haberlo sido antes. Y cierra sus comentarios diciendo que todo su material de sistemas de pensamiento está dirigido a los que hacen cosas basadas en lo simple.

Al día siguiente,  llegué más temprano que de costumbre a la empresa, al cruzar la caseta de vigilancia el guardia me saludó diciendo que ya estaba Don Sebastián esperándome en el estacionamiento. El Viejo estaba al volante en su lujoso Ford Galaxie último modelo. “Buenos días hijo… ¿trajiste la tarjeta?” me dijo con una gran sonrisa que me inspiró mucha confianza. Si Don Sebastián, le contesté al momento de entregársela. De inmediato la puso en la bolsa de su camisa y exclamó: “Vámonos y en el camino me la vas explicando”.

Cinco minutos me duró la explicación y el viejo mostrando una cara de satisfacción me invitó a cambiar de tema. Y terminando con una descripción completa de todos los personajes que nos recibirían en la reunión, llegamos al inmenso portón del  estacionamiento de ejecutivos de GMC.

Indicó de inmediato, el guardia, el lugar reservado para nosotros, nos pasó sin registrarnos al interior de la empresa. “¡Mucha es la gente que hoy los espera, es por esto que han abierto el auditorio!”

Efectivamente, la plana mayor y los gerentes de área estaban ya en el salón, su cantidad demostraba, la importancia que tenía ese momento. Además de la gente, resaltaban algunos de los equipos (haciendo gala de la tecnología de esos tiempos) para presentaciones importantes y eran notorios los documentos sobre las manos de la mayor parte de los participantes. No faltó en el estrado la presencia de las tres autoridades máximas de GMC. Horrorizado, sentí en ese momento que estábamos frente al gran ejército romano en la época de Cristo.

“¡Qué bueno que traje mi carpeta del plan de entregas!”  Pensaba  para mí, ante el contingente que tenía enfrente. Saludamos y después de escuchar al unísono los buenos días, Don Sebastián Aguinaga me indicó que nos fuéramos a sentar junto al último  Centurión del auditorio.

El CEO McDone se puso de pie y dio una instrucción para que la tecnología se hiciera presente: un carrusel con diapositivas empezó a correr y a medida que las fotografías se apoderaban de la pantalla. El calor de los ánimos apareció. El ponente era un gringo típico de Texas, que hablando en su idioma no necesitaba micrófono para hacer valer su autoridad. Después de una centena de fotografías con vehículos incompletos que describían con mucho énfasis el daño que por la falta de abastecimiento habíamos causado, llegó a la descripción de los montos financieros, de repente su cara cambió a un color  rojo de pocos amigos y, usando su mano derecha, comenzó a dar golpes en el pódium, al mismo tiempo que una tos que lo sofocaba, hacía que se incrementara el color de su cara. El ambiente de aquel auditorio estaba muy tenso. No tenía ni idea que iba a seguir después de  30 minutos de  aquel discurso. Pero allí estábamos un viejo de 78 años y yo, de 27.

El aumento de los golpes, no evitó que Don Sebastián se pusiera de pie, y luego de decirme: “Espérame aquí un momento”, se dirigiera al pódium, parándose erguido, muy de cerca, al  lado del excitado ponente. Fue  muy notorio que  quería interrumpirlo, ya que éste alargaba su cuello para interponerse entre su cara y sus escritos. Tanto fue la insistencia que el ponente con voz firme exclamó: “¡¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué me interrumpes?!”. Fue entonces que el viejo Don Sebastián sacó  algo de la bolsa de su camisa y lo puso sobre los papeles del ponente y entre murmullos y todavía expresiones violentas, el ponente soltó una fuerte carcajada.

En ese momento sentí que los ánimos tensos salieron por las ventanas de aquel inmenso salón. La presentación se interrumpió y Don Sebastián Aguinaga continuó hablando con el Texano McDone, y así cuando el auditorio que había permanecido callado comenzó a murmurar. Entonces se escuchó la voz de Don Sebastián diciendo: “Esta tarjeta es de aquel chamaco que vino conmigo y que tu ya conoces. Mi sugerencia es que terminemos aquí esta reunión y tú y él se vayan a tu oficina para que te explique lo que aparece aquí. Él es la persona más indicada de nuestra organización para coordinar lo que sigue para adelante. Y yo me tengo que despedir porque tengo que ir con otros clientes”.

Fue muy fuerte el cambio  en aquel texano, que, en ese momento ayudaba al viejo a ponerse su gabardina para abandonar el salón.

No pasó mucho tiempo, cuando el personaje de aquel intenso discurso, se dirigió hacia a mí saludando e indicándome con mucha amabilidad  que lo acompañara a su oficina. En el camino pasamos por la cafetería de la empresa y con una dona y un café nos pusimos a trabajar en el plan de entregas de aquella memorable tarjeta.

Cuando estuve de regreso en la empresa me dirigí a la oficina de Don Sebastián, donde después de comentarle  los detalles de la reunión, tenía que satisfacer mi curiosidad, preguntando: “Dígame, Don Sebastián, ¿qué fue lo que hizo para que cambiara el ánimo del Sr. McDone?” Su respuesta muy seria y respetuosa: “Conozco a McDone desde hace muchos años, ya ha sufrido dos infartos. Me dirigí a él para detenerlo, no quería que le diera otro infarto. No sabía cómo hacerlo,  y se me ocurrió mostrarle tu tarjeta y al sacarla, salió primero la nueva calcomanía de la SAE, de la cual es presidente, y se rió porque, sin darme yo cuenta de lo que le entregaba, le dije, ‘en esta Tarjeta está la solución de todos tus problemas…’. Bueno después de la risa, le entregué la tuya con tu plan de entregas”.

Fue aquello una gran experiencia. Muchas veces el lenguaje común no es suficiente. No sé y nunca lo voy a saber, si ese noble viejo, había leído el libro: The Mechanism of Mind, que explica cómo las redes de nervios del cerebro, forman una clase especial de superficie informativa, que permite que la información que entra se organice en modelos o secuencias, que algunos los llaman informaciones en sistemas que se auto organizan… o si él en ese momento actuó con un sistema de dispersión… o sería el consejo de Chucha o mi Abuela como él cándidamente, lo decía.

Sin embargo de algo si estoy seguro: aprendí mucho de él, me enseñó a tener confianza en las adversidades del trabajo y a tenerle cariño a lo simple, porque detrás de la simplicidad que él manejaba, siempre tuvo mucho más que dar, incluso años de experiencia en el conocimiento que compartía con nosotros.

 

(*) Publicado en Café Express con la autorización del autor y tomado de http://irmabarquetcomparte.blogspot.mx/2016/06/el-horror-lo-simple.html . Le damos las gracias a Irma Barquet por esta posibilidad.

Notas de la redacción:

  1. Tuvimos el honor de conocer a Don Sebastián Aguinaga, promotor principal del programa de la Planeación Concertada que generó una nueva relación de la industria de autopartes con las fábricas automotrices. De ese plan se derivó la creación de la Asociación Nacional de Fabricantes de Partes Automotrices, ANFPA, base de lo que ahora es la Industria Nacional de Autopartes, INA.
  2. Nuestro agradecimiento a Arnoldo Vargas por esta experiencia.
  3. La huelga de Spicer duró 120 días, iniciando en junio de 1975, de acuerdo a Raúl Trejo Delarbre en «Lucha sindical y política: el movimiento en Spicer».

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